Por Francesco CANCELLATO y Marcello ESPOSITO
Para Nadia Urbinati la violencia de hoy es la furia de los derrotados. ¿La causa? La capitulación de la política.
Para quien no la conoce, bastaría decir que Nadia Urbinati, nacida en Rimini, es titular de la prestigiosa cátedra de ciencias políticas en la Universidad Columbia de Nueva York. O que fue premiada en 2008 con el título de Comendador al Mérito de la República Italiana, por “haber dado una contribución significativa a la profundización del pensamiento democrático y a la promoción de escritos de la tradición liberal y democrática italiana en el extranjero”. Pocos mejor que ella pueden ofrecernos instrumentos para interpretar cuidadosamente lo que está ocurriendo en esta difícil fase de la historia que, esperando que sea pasajera, seguimos llamando crisis. Y que cuanto más pasa el tiempo más frustración, desilusión y rabia genera.
Profesora Urbinati, las recientes cargas policiales contra los obreros de la Thyssen, los choques de Tor Sapienza, la agresión a Salvini [dirigente de la Liga Nord], el asalto a la sede del Partido Democrático en Milán, así como otras muchas protestas en la calle a lo largo de estas últimas semanas… ¿cuál es su lectura de tantos episodios de rabia y violencia durante este reciente periodo?
No hay nada aparentemente que los una; son hechos independientes unos de los otros, protagonizados por sujetos que representan problemas específicos. Sin embargo, cada uno de ellos, además de denunciar un problema, pone el dedo sobre una política que no es capaz de resolverlo.
¿Es acaso la actual política impotente como nunca ?
Podríamos decir que la tensión es la señal de que el compromiso entre trabajo y capital se ha roto; compromiso que, tras la segunda guerra mundial, acompañó al nacimiento de las democracias europeas. En el interior de este contexto, el del Estado-nación, capital y trabajo eran dos actores sociales bien organizados y protagonistas de una negociación que no podía perderse.
Después llegó la globalización…
Llegó también el fin de la Guerra Fría, que con sus Muros y sus Telones de Acero, imponía las fronteras del mundo. Mientras estas existieron sobre el mapa, fue posible en el interior de nuestro mundo que el que trabajaba plantease cuestiones y obtuviese respuestas. No era un mundo abierto. No se podía acceder a la fuerza de trabajo a coste cero del cuarto y quinto mundo. Estas fronteras -para los que permanecían dentro del primer mundo, donde había renacido la democracia- crearon, hicieron posible el control y el ejercicio del poder democrático, y el equilibrio entre clases.