Por Pedro JIMÉNEZ MANZORRO
El pobre Laocoonte se desgañitaba en las playas de Troya advirtiendo a los habitantes de la inexpugnable ciudad que no se fiaran del enorme caballo que solitario se erguía frente a los muros de Príamo. Los griegos me dan miedo, aunque se presenten con regalos. Hoy los responsables europeos también se desgañitan. Los griegos no nos dan miedo ni aunque se presenten con regalos, porque, la verdad… ¡Vaya mierda de regalos! Pero, al parecer, los griegos andan contentos y orgullosos del caballo en cuyo interior no sabemos a día de hoy si realmente hay algo.
En verano de 2012 En campo abierto publicó una serie de cuatro crónicas grecianas, que, pasado el tiempo, mantienen algunas de sus esencias, a pesar de lo que ha llovido desde entonces sobre el territorio de nuestros ancestros culturales. En una semana y con la ayuda de Hermes (que no Hermès), volveremos a dejar constancia del ambiente que se respira en Grecia, aunque esta vez desde la capital de los atenienses. Trátase pues de saber aquí qué nos parece que sabemos del sentir griego con las sombras que nos llegan de la caverna de Platón, porque nos da la impresión de que Grecia vuelve a estar de moda, salvo en lo que a corbatas se refiere.
Hasta hace poco las noticias que tenían que ver con Grecia podían dividirse en dos grandes grupos: aquellas que señalaban que el país era un desastre y las otras, que mostraban que sus ciudadanos estaban de los nervios. Desde que en 2009 el partido socialista griego (PASOC), que acababa de ganar las elecciones parlamentarias nacionales, desvelara que el déficit del país superaba el 12% del PIB asistimos a una acumulación informativa sobre la incapacidad de ese país para pagar sus deudas, organizar su Estado, aplicar ajustes, obtener créditos internacionales, mantenerse en la zona euro y el súrsum corda: la ruptura, en definitiva, de la confianza económica (si alguna vez la hubo). A la vez las páginas de información sobre ese país se jalonaban con el descontento de los griegos, la celebración de manifestaciones, motines y algarabías más y menos violentos, el ascenso de una fuerza política de izquierdas (SYRIZA), la aparición de la derecha admiradora del dictador Metaxás (CHRYSÍ AVGÍ) y el otro súrsum corda: la ruina, en definitiva, de la confianza política. Y ambas familias de noticias iban siempre cogiditas de las manos.