Por Sebastián MARTÍN
La pasada semana, una buena amiga y mejor periodista, Ana Galdámez, me sugirió la idea de hacerme una entrevista para exponer, en dos minutos, mi opinión sobre la situación andaluza y los desafíos que se presentan ante la próxima cita electoral. Acostumbrado a la lógica y extensión de las clases, que permiten la disección detenida y la explicación matizada de cualquier asunto de la propia competencia, semejante tesitura me obligó a esbozar un breve esquema que encerrarse mi diagnóstico sobre esta especialísima coyuntura. Aquí va su puntual desarrollo.
Para detectar sumariamente los lastres andaluces y las posibles vías de su resolución deben evitarse, de partida, tanto el triunfalismo como el catastrofismo. Del primero hay bien poco, salvo algún músculo demasiado endeble y reciente exhibido con insistencia por Susana Díaz. Tan evidente resulta que la situación de la comunidad no está para celebraciones, que la propia candidata socialista se ve obligada con frecuencia a disociar su identidad: inconscientemente, se presenta como la líder que logrará dar la vuelta a la herencia recibida para legar a las generaciones venideras una Andalucía mucho mejor. El espectador avezado debe irritarse ante este lapsus, que omite toda la responsabilidad que el partido en el gobierno tiene de la actual situación y exige de él un acto de fe, esto es, la creencia en que aquellos que han gobernado en exclusiva la región hasta el día de hoy van a comenzar a hacerlo de modo sustantivamente mejor, si triunfan, desde el próximo mes de abril.