Por Carlos ARENAS POSADAS
En 1980, Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos de América; su popularidad como político no se debía tanto a su mediocre carrera como actor de películas de serie B, como a su eficaz aparición como anunciante de crecepelos en la televisión. 36 años después, el más devoto de los clientes de Reagan, Donald Trump, ha llegado a la Casa Blanca. Ha usado para ello el mismo poderoso influjo de los medios, esparciendo a la población el mismo contenido basura que consume cotidianamente en el plasma del saloncito: machismo, xenofobia, discriminación, amenazas, populismo del barato, etc., etc.
Que toda esa infamia no era más que la carnaza que se le echa a los perros para que laman tu mano, lo demuestra el discurso que acabo de oírle como futuro presidente: la acritud ha dado paso a la bonhomía, la agresividad en el tono al sosiego y la xenofobia a la unidad de todos los integrantes de la nación americana. ¡U.S.A! coreaban los presentes en la sala de celebraciones ante la promesa de que la nación americana volverá a pesar en el mundo, de que construirá escuelas y hospitales aunque no se sabe cómo si todos los contribuyentes siguen su ejemplo de evadir impuestos.