Por Carlos ARENAS POSADAS

En los últimos años se han ido empleando distintos adjetivos para definir el modelo de capitalismo existente desde los años ochenta del siglo pasado: los académicos de aquella década lo definieron como “post fordista” en función de los cambios habidos desde una década atrás en los procesos de producción industrial; como capitalismo “neo-liberal” tras las recomendaciones ( y las políticas) hechas por Thatcher y Reagan para dejar a los mercados libres de cualquier regulación política; como capitalismo “global” en función de la dimensión y apertura de los mercados y la deslocalización de las empresas; como capitalismo “financiero” dado que el volumen de negocio que este sector ha ido adquiriendo, muy por encima, de la llamada economía real, etc.
Como otros capitalismos, este también ha tenido su San Martín. Después de varios amagos desde los mismos ochenta, el engorde del capitalismo financiero durante tres décadas explosionó en la segunda mitad del 2007 –en España de la mano también de la burbuja inmobiliaria-, y no solo sigue en horas muy bajas, sino que no se visualizan rasgos identificativos de una posible alternativa. Los años en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, son especialmente difíciles.