Por Javier ARISTU
Frente a tales mutaciones, sin duda hay que inventar inimaginables novedades, al margen de anticuados modelos que todavía conforman nuestras conductas y nuestros proyectos. Nuestras instituciones lucen un destello que se parece, hoy día, al de las constelaciones de las que los astrofísicos nos enseñaron antaño que ya estaban muertas desde hacía tiempo.
Michel SERRES, Pulgarcito
Es un soniquete oír desde la filas de la derecha autoritaria y “estatal-noliberal” que los sindicatos están caducos, que son vestigios de un pasado ya muerto. Uno podría estar de acuerdo si a esa formulación se incorporan las organizaciones empresariales. Porque ambas son vestigios de un mundo donde la negociación y el acuerdo social eran condición estructural. Si recorremos el visor en panorámica podríamos encontrarnos con otros actores sociales que a lo mejor tampoco gozan de buena salud en cuanto a credibilidad y eficacia social. Podríamos hablar –¿por qué no?- de los partidos como vehículos de representatividad y legitimación social (¿quién defendería hoy sino sus propios dirigentes que son instituciones sociales que están al día?). También podríamos incluir, por ejemplo, a las instituciones políticas representativas de nuestra democracia, exponentes hoy de la profunda brecha y divorcio existente con aquello que dicen representar. Y podemos seguir hablando de obsolescencia –no sé si programada- si miramos a la escuela, una hermosa y decisiva institución que emite hoy destellos de supernova. Y, sin embargo, nadie en su sano juicio –aunque vivamos en un mundo de locos- tiraría en un punto limpio a los partidos políticos, ni a la escuela ni al parlamento… ni siquiera a las organizaciones empresariales. Ni tampoco a los sindicatos, para que quede claro. Aunque todas y cada una de esas instituciones estén mostrando brillos que son reflejo del pasado esos brillos son marcas que todavía nos ayudan a ver en la noche de este tiempo difícil de vivir y apasionante para pensarlo.